Intentó acercarse a ella para adueñarse de esa minúscula lágrima, pero la gente que pasaba le cerraba el paso. Cada vez que trataba de avanzar un poco más alguien se le cruzaba o le obstaculizaba el camino. Comenzó a ponerse nervioso, estaba obsesionado con poseer aquella maravilla. Una sensación de comezón inundó sus manos, sus dedos parecían las garras de un animal a punto de zamparse una gran presa. Obstinado como era, no dejaría que la puerta del metro se cerrara sin antes lograr capturar entre la yema de sus dedos el hermos descubrimiento que descansaba en la comisura de esa boca torcida por algún dolor.
Entoces, sin perder el tiempo, sintiendo que su corazón latía a mil por horas y con la seguridad de que no iba a ser comprendido, se acercó a la mujer y se lanzó, cual puma sobre la gacela, con los dedos como garras y con una delicadeza inesperada engarzó entre sus dedos aquella translúcida lágrima que lo estaba volviendo loco.
La mujer, totalmente sorprendida, no alcanzó a reaccionar. Él se volvió hacia la puerta justo cuando comenzaban a cerrarse. Se quedó, extasiado por su hazaña, en la orilla del andén justo en la línea amarilla, mientras los rostros, tanto de la mujer como del resto de los pasajero, permanecían sumidos en el asombro más absoluto. "Loco, sicópata...extraño" fue lo menos que pensaron. A él no le importó, el solo hecho de haber conseguido tan extraño especímen le había sublevado el ánimo y exacerbado la alegría; con los ojos puros, como los de un niño, observó extasiado su lágrima (porque ahora era suya), vio cómo a través de ella refulgían los colores más maravillosos. Su espíritu revoloteó alegre por entre las personas que lo miraban desde el andén de enfrente.
Lentamente buscó una caja que traía en los bolsillos, la abrió. La caja tenía docenas de pequeños compartimientos con tapas de vidrio, levantó una de ellas y depositó suavemente su preciosa gema, para que no se le perdiera la sostuvo con pequeñas garritas de plata para luego contemplar feliz el hermoso espectáculo que había creado.
Los que lo vieron caminar hacia las escaleras no pudieron menos que levantar los hombros mientras sus cabezas se movían de un lado a otro en tono de desaprovación.
El hombre ingnoró estos gestos y subió rápidamente en busca de un cristal azul que probablemente saldría de los ojos de una joven enamorada.